Lo peor que le puede pasar a un hombre o mujer llamado por Dios es ser promovido antes de que él o ella esté listo. Para aquellos de ustedes que tienen hambre de influencia, atraídos por la trampa de la autopromoción para buscar escenarios y conferencias nacionales, ¡piensen dos veces sobre qué puertas están tratando de derribar y qué están pidiendo!

La influencia es peligrosa. Te comerá vivo y te convertirá en su amante. Robará su tiempo y esos regalos que están entre los más preciosos que Dios le da: sus verdaderos amigos y su familia. Los adictos al ministerio manejan todo su éxito a expensas de pasar tiempo íntimo con Dios.

Expanden su ministerio y encogen sus corazones. Las constantes llamadas telefónicas, correos electrónicos y mensajes de texto alimentarán el ego y crearán una identidad falsa. Los adictos al ministerio tienen derecho; Exigen honorarios y un trato especial. Él o ella se llenan tanto de sí mismos que cada vez hay menos espacio para Dios.

Los profetas e intercesores lloran por esos e intentan advertirles, pero los adictos al ministerio no escucharán porque se han puesto más allá de la necesidad de corrección y arrepentimiento personal. ¡Oh, generación emergente de voces con creciente influencia, temo por ti porque conozco el viaje por delante!

Sé que no te darás cuenta de tu tendencia a priorizar a las personas antes del ministerio a Dios sin las fervientes oraciones de los intercesores y la presencia de padres que te reprenderán y te dirán la verdad.

Hay que decir la verdad, independientemente de lo mal que nos ofenda.

Mi nombre es Cesar y soy una voz en el desierto

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